miércoles, 6 de junio de 2012

DEBO IRME, MI PLANETA ME NECESITA

La frase del título pertenece (lo sabrán los entendidos) a Los Simpsons. La dice Poochie, el perro rockero, cuando lo sacan abruptamente de la serie de dibujos animados en la que había debutado con poca suerte como personaje secundario. 
Se ha muerto Ray Bradbury. Y quizás se le pudiera hacer decir lo mismo, que debía irse porque su planeta lo necesitaba. Marte, claro.
Si las Crónicas Marcianas plantearon un punto de inflección en la literatura de Ciencia Ficción, la obra integral de Bradbury, junto con Asimov, Philip K. Dick y otros gigantes, le dieron a ese género literario una sólida base filosófica. Es decir, propusieron un corpus conceptual acaso inalterable desde el cual abordarlo.
Los datos biográficos son irrelevantes para un tipo como Ray Bradbury. La huella de su paso por nuestro planeta excede por completo esos embelecos engañosos. Puedo atestiguar, sin embargo, que llegó a mi vida con un libro extraño que aún puedo leer con avidez: La Feria de las Tinieblas, el título en castellano de "Something wicked this way comes", que es una cita del Hamlet de William Shakespeare: "por las cosquillas en mis pulgares, algo malo viene hacia acá" es la frase. Una premonición del desastre. 
Alimentó con abundancia el territorio de mis fantasías infantiles, contrapesando con su narrativa luminosa la oscuridad que ya había sembrado allí Edgar Poe. Las aventuras de Jim Nightshade y su amigo Will fueron también mías, un poco como me había ocurrido con Twain y su Tom Sawyer. Seres maravillosos, protagonistas de historias maravillosas.
Pocas lecturas de la infancia o la adolescencia resisten el paso de los años, siempre dentro de la subjetividad propia de cada persona. La Feria de las Tinieblas sobrevivió mi propio paso del tiempo como pocos libros de aquella época de mi vida. 
Existe una escuela literaria que afirma que el escritor escribe (o debe escribir) exclusivamente sobre lo que ve o conoce de primera mano. Es, claro está, una mirada apenas. Una que niega el vasto campo de la imaginación en favor de la experiencia vivencial. Y que limita, sin dudas, el rico campo de la producción literaria fantástica a casi una crónica periodística. Según esta escuela tan autolimitada, el bueno de Ray jamás podría haber escrito sus Crónicas Marcianas. No es demasiado probable que haya estado efectivamente allá. Por lo tanto, no estaría autorizado a escribir sobre lo que no conocía.
Por suerte, la fantasía existe, aún a pesar de los que intentan demolerla. Allí habitará para siempre este viejo sublime cuya imaginación desmedida permitió vislumbrar, tanto el dibujo de mundos acaso improbables, como el futuro de nuestro propio mundo antes de tiempo. Es algo parecido a la mirada del profeta. 
Cuando el gran John Houston decidió llevar al cine la monumental novela Moby Dick de Herman Melville, lo eligió a él, que era un joven guionista casi desconocido, para adaptar ese desmesurado edificio literario a una película de una hora y media de duración. Sus experiencias alucinantes durante aquella filmación en Irlanda, en la década del cincuenta, con Houston brillando en todo el esplendor de su locura y su autoritarismo, se hallan narradas en su mejor libre de no ficción, Sombras Grises, Ballena Blanca. Allí, en ese jovenzuelo aterrado por la figura del legendario director, que lo obligaba a ir de una taberna a otra para absorber el "color local" junto con el whisky y las peleas a trompada limpia, formó al escritor genial que se destacó a partir de los años sesenta con su prosa creadora de maravillas.
Vivió casi un siglo, el fin del cual lo halló despotricando contra la modernidad que él, quizás, contribuyó a crear. Repudió a los correos electrónicos porque favorecían, según su parecer, la desaparición de la escritura tradicional como forma de comunicación entre las personas. Más lenta pero más personal y sensible. 
Significa, tal vez, que ya no se sentía obligado a sentir apuro por nada.
Escribió una vez que "la muerte es un asunto solitario". Debe de haberlo comprobado ahora. No es poco.
Por último, transcribiré aquí, con la disculpa del lector, un párrafo de mi novela preferida del viejo Ray. Porque sí, porque realmente creo que hay que cuidarse de las gentes de otoño:
- Para algunos el otoño llega temprano y se queda mucho tiempo en la vida; octubre sigue entonces a septiembre y noviembre sigue a octubre, y luego, en vez de diciembre y el nacimiento de Cristo, no hay Estrella de Belén, no hay regocijo, y septiembre vuelve otra vez y el viejo octubre, y así durante años, sin invierno ni primavera, ni verano vivificante. Para estas gentes el otoño es la estación normal, el clima único sin alternativa. ¿De dónde vienen? Del polvo. ¿Adónde van? A la tumba. ¿Es sangre lo que les corre por las venas? No, el viento de la noche. ¿qué se les mueve en las cabezas? El gusano. ¿Quién habla por las bocas de estas gentes? El sapo. ¿Quién ve por esos ojos? La serpiente. ¿Quién oye en esos oídos? El abismo entre dos astros. Pasan la tormenta humana por el cedazo en busca de almas, devoran la carne de la razón, llenan las tumbas de pecadores. Los impulsa un frenesí. Invaden todo como escarabajos en ráfagas; reptan, se arrastran, se filtran, oscurecen las lunas y enturbian las aguas claras. La tela de araña los oye, tiembla... y se rompe. Son las gentes del otoño. Cuídate de ellos. 
MP


©2012 Mario Paulela

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