viernes, 17 de abril de 2009

LA BELLA DURMIENTE DE LA CALLE SAN PEDRO

La aparición del cuerpo perfectamente conservado de una niña muerta, en el galpón del fondo de una casa de la calle San Pedro, causó gran conmoción entre los vecinos del barrio. Los hechos se desarrollan como sigue:
Por años la casa en cuestión permaneció abandonada. Muertos los dueños, los parientes lejanos que la recibirían en herencia se embarcaron en una larga pelea judicial por la sucesión de la propiedad. Debido al conflicto, la vieja casa se mantuvo sola, decayendo lentamente, detrás de los yuyos del jardín.
Ocasionalmente algún linyera se metía en ella para buscar refugio. Ninguno duraba demasiado tiempo, cosa que llamaba la atención a los vecinos. Uno de estos mendigos, tal vez accidentalmente, tal vez no, casi la incendió entera en el invierno de 1966. Alertados los bomberos, lograron apagar el fuego, pero ya el mismo había consumido la techumbre de madera y chapas y resquebrajado las paredes. Después de eso, el frente fue tapiado para impedir las intrusiones y la casa fue olvidada. Ya era un cascarón vacío y ennegrecido. Tras la pared que la separaba de la calle, los árboles degeneraron en enormes entidades quietas, la hiedra lo cubrió todo y el follaje intenso y salvaje invadió la construcción ruinosa, el enorme fondo y el galpón.
Solucionado el diferendo judicial por la muerte de alguna de las partes, la casa fue finalmente puesta a la venta en 1980. Para entonces ya casi no quedaba nada en pie. Las raíces tentaculares de los árboles habían levantado las baldosas del patio, una de las viejas paredes de la habitación del frente, quebrada por el incendio, finalmente colapsó y se derrumbó. Todo estaba cubierto por la hiedra y los yuyos. El amplio fondo era una selva sin forma. A un precio más que razonable, un joven matrimonio adquirió la propiedad a fines de aquél año. Dos meses más tarde comenzaron las obras de limpieza del terreno para construir en él una nueva casa.
Fue entonces que se encontró el pequeño ataúd entre los trastos podridos del galpón del fondo, que había pasado los últimos treinta años escondido por la vegetación. Milagrosamente, sus gruesas vigas habían permanecido intactas, a pesar de las décadas de humedad, lluvia e insectos. Bajo el grueso manto de hiedra, en la oscuridad verde, el galpón se mantuvo como una gruta, conservando lo que estaba dentro de sí como un vientre.
Cuando los obreros retiraron el ataúd, de madera apolillada y mohosa, y lo abrieron, se encontraron con el cuerpo de una niña de ocho o nueve años, que descansaba allí, en su útero de raso enmohecido, como si durmiera. La carne de su carita y sus manos estaba tersa, tibia y flexible, como la de una persona viva. Eso afirmó, al menos, uno de los hombres, el que se animó a tocarla.
La noticia se expandió velozmente por el barrio. Alguno de los habitantes más viejos creyeron recordar que el matrimonio que vivió toda su vida en la casa había tenido una hija, allá por los años veinte, pero que pronto nada se supo más de ella. Como eran gente poco comunicativa y de nula relación con el resto de los vecinos, nadie prestó mucha atención al asunto. El señor Floreal García, que para el momento del hallazgo de la niña, tenía unos ochenta y cinco años, aseguró a sus compañeros de Truco del club El Liberal, que “el viejo Basserre” (tal en nombre del antiguo dueño de la casa) había aprendido en Sicilia el arte de embalsamar a los muertos directamente de Alfredo Salafia, el maestro embalsamador de aquella isla, quien poseía secretos ya perdidos de un arte milenario. Algunos de esos secretos habrían estado en posesión de Basserre, quien los había aplicado para conservar eternamente el cuerpo de su hijita fallecida.
Como sea, la pequeña “bella durmiente” que se encontró en la calle San Pedro desató una ola de histeria mística entre la gente, que interpretó la conservación de cadáver como un milagro de santidad. Eso hizo que los dueños de casa tomaran la decisión de hacer desaparecer a la “santa” que complicaba tanto las cosas.
No se sabe qué fue de ella. Algunos dicen que adorna la colección de un excéntrico millonario norteamericano relacionado con el mundo de la computación. Otros indican que está enterrada con nombre falso en un cementerio de Buenos Aires.
Sea como sea, la niña muerta permanece igual a sí misma para siempre, allí donde esté, como testimonio del arte maravilloso de un padre amoroso muerto hace mucho tiempo.
MP

©2012 Mario Paulela 

2 comentarios:

  1. Un vampiro, la muerte, un fenómeno, la necrofilia... Bienvenido seas El Cono de Sombra!
    KIKE.

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  2. ¿y si el fantasma de la nena se mudo a la calle Andalgala?

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