miércoles, 8 de abril de 2009

LA LEVITA DEL VAMPIRO


En el invierno de 1870, las calles de Buenos Aires estaban silenciosas y desiertas. El miedo lo dominaba todo con indiscutible autoridad.
En los andurriales del sur, lejos de la vista de los vecinos, se abrían las fosas comunes de los muertos de la peste que asolaba la ciudad.
La fiebre amarilla mataba más rápido de lo que los servidores públicos podían enterrar a las víctimas. Los carros, con su chirrido siniestro y el aterrador ruido sostenido de las campanillas con que anunciaban su paso, falsamente alegres en el aire frío de las noches, llegaban uno detrás de otro a dejar su fúnebre carga .
Quienes allí trabajaban, lo hacían en silencio, casi fantasmas ellos mismos, alejados de todo contacto humano por la naturaleza horrenda de su labor. Manipulaban los cuerpos con resignación. Cada tanto, alguno de ellos se descubría los terribles flemones de la fiebre en el cuello y eso era la sentencia de muerte. Dado que el proceso de la enfermedad se reducía a unas horas, allí mismo era enterrado, junto con los miles de anónimos cadáveres que hasta no hacía mucho habían sido personas y que ahora no eran más que un bulto de carne muerta e infecciosa bajo las frazadas que los cubrían.
El hedor de la muerte dominaba los campos, que se poblaban de aves y criaturas de todas clases, ávidas del banquete impensado que se les ofrecía.
Los enterradores pateaban las ratas enormes con indiferencia y apartaban sin ganas a los caranchos feroces. De a ratos, las bandadas de perros cimarrones que rondaban las fosas, se animaba a atacar para obtener algo que masticar. Jamás habíase visto en la ciudad un horror semejante. Algunas personas creían llegado el fin del mundo y el Juicio Final.
Por las noches, en los enterratorios, los hombres trabajaban a la luz mezquinas de los faroles de vela de sebo, que proporcionaban una luz amarilla como la peste.
En el relato que uno de ellos hizo a un sacerdote de la parroquia de San Pedro Telmo y que éste mandó a escribir para conservarlo en archivo, se lee que en una noche de sábado, algunos de los hombres distinguieron una figura que se movía entre las montañas de cuerpos que esperaban su turno para descansar bajo la tierra. Que intentaron detenerlo sin éxito, puesto que escapó de ellos de una manera que el sacerdote calificó de "demoníaca", aunque sin describirla. Que hallaron que el desconocido había profanado algunos cadáveres, mordiéndolos. Que intentaron perseguirlo sin éxito, como si hubiera desaparecido en la noche. El hombre aseguró en su relato que el extraño tenía la piel muy blanca y ojos de fuego. Y que vestía como un caballero, con una llamativa levita roja como la sangre.
MP

©2012 Mario Paulela 

1 comentario:

  1. como extrañaba estas cosas!
    gracias y felicitaciones por el blog.
    No cualquier boludo tiene uno.

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